Sierpe Negra V

Llevaba ya unas cuantas horas de viaje pero no había visto ningún control de tráfico. Cuanto antes llegase a destino, menos expuesto estaría al peligro de darse de bruces contra una barricada inesperada. Por eso, aunque había trazado una hoja de ruta inicial, el hecho de ver la autovía desnuda de vehículos y desprovista de controles lo envalentonó sobremanera, y tomó la decisión de circular por ella en la medida de lo posible y estirar el viaje hasta Puigcerdá de una tirada, lo que serían en torno a diez u once horas de carretera al final del día.

Avanzó por el norte de la península a buen ritmo, dejando atrás ciudades que había visitado en el pasado, como León y Burgos y algunos pueblitos pequeños de la región a los que les había cogido mucho cariño, como Vivar u Olmillos de Sasamón. Las cadenas montañosas del norte acompañaron gran parte de su periplo, incansables, orgullosas y estoicas como era de costumbre. Y desde el asiento del conductor aún podía ver de vez en cuando algún que otro pueblecito castellano con su iglesia o antaño regio castillo, muestra sin par de un pasado glorioso y de un abandono presente galopante. En muchas zonas, ya desprovistas de población, se hablaba del fenómeno de la España vaciada, ese éxodo masivo desde las zonas rurales, donde los individuos podían ser autosuficientes y tener vidas humildes, hacia las ciudades y su grisáceo manto de penurias. No tenía nada claro que el cambio fuera para mejor.

El tráfico, como era de esperar, se tornaba un poco más denso en las proximidades de las grandes urbes, pero en cualquier caso no había un flujo de coches reseñable y era muy cómodo conducir en aquellas condiciones. El país se estaba reabriendo progresivamente, pero muchas limitaciones seguían en vigor y era mejor no pasarse de listo ni tentar a la suerte. Solo hizo una breve parada sobre las tres de la tarde en un área de descanso, para comer un bocadillo que llevaba en la mochila y beber algo de agua. Aunque sencillo, el banquete fue suficiente para reponer fuerzas y afrontar la segunda mitad del trayecto. Antes de reanudar la marcha, paseó unos metros alrededor del coche para evitar el entumecimiento creciente de las piernas.

De nuevo en la autovía, en lugar de dirigirse hacia Logroño y Zaragoza, optó por encarar un pequeño tramo en dirección norte y acercarse hasta Vitoria-Gasteiz, para acto seguido desviarse hacia Pamplona y seguir hacia el este por lo menos hasta Lérida. Esto le añadía como poco una hora de viaje a la ruta, pero en su mente inquieta semejaba menos arriesgada, aun cuando no había visto ninguna patrulla desde que había abandonado su ciudad. Se dijo que todos los agentes de la autoridad estarían controlando a quién entraba y a quién salía de los municipios, pero ninguno estaría apostado entre medias.

-Voy a llamar a Alice -se dijo de pronto-. Tengo que darle la sorpresa.

Marcó el número de teléfono con unos cuantos toques en la pantalla del coche, que estaba conectado a su teléfono por bluetooth. Luego de unos segundos, Alice recogió la llamada a más de mil kilómetros de allí. La tecnología había avanzado de forma impresionante, al menos para las cosas pequeñas.

-¡Fergus! ¿Qué tal?

-Hola Alice, yo bien, un poco nervioso pero bien. ¿Qué tal te fue la reunión con esa empresa nueva de la que hablabas, la de las armas?

-La reunión ha ido bastante bien. Estos clientes son peces gordos del sector y se nota; tenemos entre manos un contrato de confidencialidad importante y nos llevará unos días leer la letra pequeña... Ya sabes, mi jefe se quiere asegurar de que no nos pillamos los dedos.

-Hace bien, imagino que vais a manejar información muy sensible, con implicaciones geopolíticas incluso. Vaya broma.

-Broma ninguna, porque yo creo que esta gente ya ni se acuerda ni de cómo se ríe; vaya caras tan serias, tendrías que haberlas visto; de miedo. Pero bueno -cambió de tema-, ¿por qué estás nervioso? ¿Sigues dándole vueltas a lo de venir a Suiza? Mira que lo pensé en frío esta noche y es una locura, vaya que si lo es; no te arriesgues por una tontería que te haya dicho, ¿vale? No quiero que te metas en problemas.

Fergus guardó silencio unos instantes.

-¿Sigues ahí? -le preguntó ella.

-Digo que es un poco tarde para eso -respondió reprimiendo una carcajada-. Estoy a tiro de piedra de Huesca ya. Voy en el coche con el manos libres.

-¡¿Qué dices?! ¿En serio? -Alice no se lo podía creer-. Pero... ¿y los controles? ¿Cómo has podido salir?

-Pues, la verdad, ha sido mucho más fácil de lo que esperaba. Resulta que todo eso del control y las multas es una exageración. A lo mejor he tenido suerte, pero con decirles que trabajaba en una asesoría pude salir del municipio y ni papeles me pidieron. Claro que salí de mi ciudad coincidiendo con la hora punta. Y bueno, viendo que la cosa estaba calmada, me he tirado por la autovía y cero controles.

-No me lo puedo creer, ¡estás loco Fergus! -exclamó ella, pero en su tono de voz había genuina alegría y una creciente excitación-. No me lo puedo creer, que te hayas lanzado así a la carretera y sin avisarme. ¿Pensabas aparecer aquí de improviso? Me daría algo.

Fergus se carcajeó, ni él mismo se creía lo que había hecho. Era mejor que no se parase demasiado a analizar sus actos recientes o podría derrumbarse.

-Mi plan consiste en llegar lo más cerca que pueda de Suiza y, si veo que la cosa está complicada en la frontera, aparcaré el coche en algún rincón próximo a Ginebra pero del lado francés, e intentaré cruzar por algún camino desierto o por el campo. Espero no tener que lanzarme al agua porque no soy un gran nadador.

-Estás loco -solo atinó a decir ella.

-Y necesitaré de tu colaboración. Sé que en Suiza podéis circular libremente y hacer excursiones, que las políticas no son tan restrictivas como aquí. Por eso la idea es que me recojas del lado suizo y nos largamos a tu casa. Te enviaré las coordenadas una vez esté cerca, a ver cómo evoluciona todo esto.

-Me tendré que tragar mis palabras, Fergus el legal se ha convertido en todo un rebelde. Sabiendo que vienes tendré que ir organizando un poco la casa, que la tengo algo abandonada, y hacer compra. ¿Cuándo cuentas llegar si va todo sobre ruedas? ¡Ay, qué nervios!

El muchacho se mordió el labio inferior y meditó su respuesta, exaltado por la ilusión de Alice.

-Voy a hacer noche en alguna carretera de monte en la frontera de los Pirineos. Al día siguiente me esperan otras nueve o diez horas de asfalto, pero claro, no sé cómo será la cosa del lado francés. Si tendré que darme a la huida o tirar de carreteras secundarias. En el mejor de los casos llegaré mañana por la noche, pero podría ser pasado mañana.  Te iré informando.

Se despidieron con mucha agitación y nerviosismo por lo que estaba ocurriendo, también con incertidumbre. Se arriesgaba a una multa bien gorda y puede que incluso a un encierro en calabozo, pero de perdidos, al río.

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