Sierpe Negra III

Después de romper el ensimismamiento que lo embargaba, Fergus puso en marcha la centrifugadora mental que llevaba de serie. Una de las características de su ansiedad era que, por necesidad y autoconservación, tenía que pensar en todas las posibilidades y prepararse en concordancia a las mismas. Sí, Fergus pertenecía a esa clase de excursionista que, perdido en la naturaleza después de un largo día de senderismo, sacaba un segundo GPS de la mochila con la batería plenamente cargada, y luego regresaba al camino correcto sin despeinarse; para él no existían los imprevistos. Rara vez era tomado por sorpresa.

Pero una cosa era preparase para lo más o menos cierto y probable, y otra era liarse la manta a la cabeza y aventurarse en terrenos desconocidos con problemáticas inciertas. Que siempre había querido ir a Suiza, a los Alpes, era verdad, claro que sí, pero la sola idea de pensar en hacerlo durante una emergencia global le metía una angustia en el cuerpo más difícil de tragar que una piedra llena de aristas.

-Esta mujer está trastornada -se dijo luego de unos minutos-. Para ella es muy fácil, claro, a fin de cuentas soy yo el que tendría que echarse a la carretera. Pero... ¿hasta qué punto sería esto factible? -quiso saber.

Abrió un cajón del escritorio y le echó el guante a una libreta pequeña de hojas con cuadrícula. Luego buscó un bolígrafo y así, como quien no quiere la cosa, empezó a tomar notas. Era un buen espécimen en materia de tareas organizativas, vaya que sí. Imprimió planos de España, Francia y Suiza, con anotaciones de las principales carreteras, aquellas que tendría que evitar por lógica, y otros caminos menos conocidos que podrían servir de igual modo para cruzar la frontera.

Gracias a la pertenencia de ambos países a la Unión Europea, cruzar a Francia podría hacerse a través de alguna estrecha vía en la zona de los Pirineos, por ejemplo cerca de Puigcerdá, un camino con más rodeos pero escasamente vigilado. Solo tendría que preocuparse de repostar a menudo el depósito de su coche antes de enfilar las empinadas cuestas pirenaicas, y pagar siempre en efectivo para no dejar rastro. Lo mejor de todo es que conocía personalmente esta zona montañosa de belleza sin par, de otras vacaciones dedicadas al senderismo y al turismo rural. Si bien cabía la posibilidad de que a causa del virus le saliese al paso algún control de la Guardia Civil, por eso tendría que extremar las precauciones y escoger estas vías secundarias, incluso de tierra en algunos tramos.

Una vez en Francia, podría encaminarse en dirección a Montpellier, Lyon y con ojos puestos en Annecy, por supuesto evitando los grandes núcleos urbanos y optando siempre por regiones menos pobladas, aldeas y parques naturales. Por otro lado, cruzar a Ginebra, con los convenios bilaterales existentes entre Francia y Suiza, tampoco debería suponer un gran obstáculo en una situación normal. Pero no eran tiempos normales, así que tendría que considerar la posibilidad de no poder cruzar y tener que dejar el coche en suelo francés, para cruzar a pie la frontera, como hacían los desertores en el pasado. Por ejemplo, por la región del parque natural regional du Haut-Jura, Chamonix o incluso por Thonon-les-Bains, había bastantes opciones de cruce. Pero cruzar a pie implicaba que al otro lado estaría Alice esperando para recogerlo.

La llegada en coche, calculó, desde el noroeste de la península a las puertas de Suiza podrían ser unas 16 horas si emplease las autovías y autopistas a su alcance y aproximadamente 20 o 25 por las secundarias, pero también tendría que hacer paradas para comer y dormir en el coche. Si todo salía bien, el viaje podía realizarse en dos jornadas de carretera de ocho horas cada una. Y luego, cerca de Suiza, estudiar las opciones con la ayuda de Alice. Si tuviera que cruzar a pie, eso añadiría algo más de tiempo a la travesía.

Con estos datos cocinándose en el horno, la empresa no parecía tan complicada a primera vista, pero las consideraciones no terminaban ahí. Si se animase a hacer el viaje, tendría que hacer coincidir sus trayectos con las horas punta, de otro modo un coche en solitario por una autovía llamaría mucho la atención. Aprovechar cuando el resto de trabajadores se encamina a sus trabajos por la mañana temprano, a la hora de comer o a media tarde. Camuflado entre cientos de coches, podría decir que iba a trabajar.

Todo esto, y mucho más, discurrió en cuestión de minutos. Pero su mente no se detuvo ahí, prosiguió maquinando y trazando probabilidades hasta bien entrada la noche...

Comentarios

  1. Puedo equivocarme, por supuesto, pero el viaje que explicas por carreteras secundarias no tardaría 22 o 25 horas, sino mucho más. Recuerdo que hicimos un viaje desde Montpellier hasta la Junquera, que por autovía en una hora y media suele hacerse, por carreteras secundarias, para no tener que pagar peaje, y tardamos 4 o 5 horas.
    Te felicito por este texto, muy bien escrito, con soltura y elegancia, a medio camino entre el diario personal y la crónica de sucesos. Dan ganas de continuar la lectura. Lo mejor es que no te andas por las ramas, como, por el contrario, a veces me sucede a mí, sino que vas directo al grano, y los lectores lo agradecen. Continúa, persevera, no dejes nunca de escribir. El estilo ya está hecho, ahora sólo faltan dedicación, constancia, ganas y tiempo.

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