Sierpe Negra II
-¿A qué te refieres? -le preguntó Alice, escéptica-. El mundo no se puede cambiar. Es como una vagoneta cuesta abajo, va sobre raíles y nadie puede pararla, Fergus. ¿Tienes idea de la cantidad de estrés que soporto encima de mis hombros cada semana en el trabajo, en la asesoría fiscal? ¡Podría llamarlo chaparrón de estrés incluso! -y no exageraba demasiado-. Pues ahora imagínate que dedicase mi tiempo libre a ser infeliz y a martirizarme por el destino del mundo con tus teorías. Vaya planazo, ¿eh? ¿Qué tal te suena eso? Venga, dímelo -quiso saber, crecida en su parecer.
Aunque generalmente discreto a la hora de compartir sus creencias, Fergus emanaba un halo de antisistema imposible de ocultar. Pero era buen tipo y estaba plenamente integrado en la sociedad; legal, cumplidor y productivo eran adjetivos que le venían que ni al pelo. Su única tara era que percibía el mundo bajo otra luz, con ojos propensos a buscarle tres pies a gatos ajenos. Sí, joder, qué mala suerte... El indeseado efecto colateral de esto era que sus ideas resultaban, digamos, incómodas para sus congéneres. Causaban una sensación similar a sentarse en un banco de piedra áspero y frío bajo las inclemencias del invierno; quizá incluso un poco escarchado: incitaban al respingo reprimido, al temblor súbito; a la penitencia autoinfligida.
-¡Ya sé por dónde vas, pero no son teorías de la conspiración! Nos hemos despertado en medio de una pandemia escasos meses después de una guerra económica, no puede ser casualidad -replicó un poco enfadado-. Que tengas un trabajo complicado lo entiendo, me pasa lo mismo -concedió-, pero lo que no comprendo es que eso sea motivo suficiente como para que te desentiendas de tu responsabilidad a título personal. En fin... -trató de detener su mente galopante- he pasado mala noche, tampoco me hagas mucho caso.
-Entonces, ¿qué elección tengo? -Alice lanzó la pregunta al vacío, frustrada-. ¿Manifestarme todos los días ante el Gobierno a ver si esos ilustres dignatarios escuchan mis plegarias? Vamos, Fergus... tú sabes que para ellos somos invisibles. Que no sirve de nada. Mejor pensar en el presente, que no es poco.
-¡Precisamente por eso tendríamos que protestar día sí y día también! Tú y yo no somos nadie, unos mindundis irrelevantes si acaso. Pero, en conjunto, votamos cada día con nuestras carteras... y les estamos dando la razón sin rechistar -explicó-. ¿Cómo pretendes que cambien de dirección si no hay resistencia alguna en su camino? El derrotismo no nos sirve.
-Ajá -atinó a decir ella, antes de que Fergus prosiguiese con la diatriba-. Somos todos unos colaboracionistas...
-Esta actitud ha llevado a las empresas occidentales a trasladar sus cadenas productivas a países totalitarios o empobrecidos y a multiplicar por mil la contaminación y el recorte de derechos bajo falsos pretextos... Nuestra religión es el consumo, alcanzamos el éxtasis al comprar un producto que no necesitamos y que por si fuera poco en ocasiones nos espía y recopila información privada; una lástima que tal alegría sea efímera, unas burdas milésimas de segundo nada más -lamentó-. Y, ojo, esto lo digo incluyéndome en el saco.
Su amiga tardó unos segundos en responder, pues aunque vivía inmersa en su frenesí laboral diario y tenía muy poco tiempo para pararse a pensar en conspiraciones, cambios climáticos y el empobrecimiento de los pueblos... aquellas palabras de Fergus se propagaron en su cabeza con facilidad; tenía su punto de razón. En el fondo, cualquier hijo de vecino era consciente de estas realidades, pero la vida era estresante y agotadora; como para llevar una pancarta a cuestas todos los días.
-Mira, te compro eso, no me queda más remedio -hay peleas que es mejor no librar, pensó ella-. Este virus es un arma para resetear el mundo y cambiar el reparto de poderes -teorizó Alice-. ¿Y luego qué? ¿Nos van a poner chips subcutáneos? Yo creo que la gente no será tan idiota como para dejarse, llegado el caso.
-El engaño será sutil y progresivo, y muy efectivo, porque está claro lo que quieren -dijo él, convencido de corazón-. Quieren vender el miedo y poner en práctica sus maquinaciones, siempre ha sido así; las guerras entre potencias son excusas. El poder es poder, las ideologías solo son trapitos que pasan de moda, disfraces, ¿entiendes? El único enemigo del poder es el pueblo.
-Vale, vale, para el carro Fergus. ¿Vas a estar todo el día en plan coñazo? Por cierto, ¿no empezabas hoy las vacaciones? -recordó de pronto-. Yo estaría de mejor ánimo sabiendo que no tengo que trabajar.
-Así es -confirmó a regañadientes, expulsado de sus quejas, pero no de sus pensamientos.
-¿Y qué planes tienes?
Fergus resopló decepcionado y reanudó el tecleo con cadencia letal. Era muy rápido escribiendo.
-No mucho, me temo. Aquí tenemos confinamientos perimetrales, muchos negocios están cerrados o con restricciones horarias... Producir o consumir, ¿ves? Sí, sí, ya lo dejo -añadió rápidamente-. Trataré de distraerme por casa, hacer limpieza a fondo, ver películas, leer... Quizá salga a correr por las tardes. Vida de prisionero, Alice, que como bien sabes para mí tampoco es un castigo precisamente, yo esto lo llevo muy bien -aclaró.
-Y tú que eres un revolucionario, ¿cómo es que cumples a rajatabla las normas? -se mofó de él-. Este detalle siempre me ha llamado la atención, porque me parece una contradicción bestial en ti. ¡Un radical tan obediente y modélico es francamente insólito! Pero mira, yo tengo una idea, una sugerencia -escribió con un deje de intriga-. ¿Te atreverías a hacer algo distinto, transgresor y peligroso? ¿Algo impropio de Fergus el Legal?
-¿De qué estamos hablando? -inquirió, simultáneamente picado por la curiosidad y molesto por el mote; solo Alice era capaz de desarmarlo de esa manera-. Soy muy capaz de sorprender a propios y extraños cuando menos te lo esperas, te aviso por adelantado. Y las normas las sigo porque me da la gana -mintió-, y dejaré de hacerlo cuando no me convenga.
-Pues, por ejemplo... venir a verme a Suiza -lo retó-. Vente.
-¿Estás loca? ¿Cómo voy a ir hasta Suiza, con todos los cierres perimetrales que hay de por medio, por no olvidar el sinfín de controles policiales que me saldrían al paso? Ah, ¡y no me quiero dejar en el tintero lo de las multas millonarias en caso de infracción! Pues no, Alice, porque da la impresión de que quieres que me encierren en un calabozo para el resto de mis días, pero a mí ese plan francamente... no me resulta apetecible. El riesgo sí, pero con moderación -apostilló nervioso.
-Bueno, nunca nos hemos visto en persona -dijo ella envalentonada-, tú tienes todo un mes por delante y te gustan los desafíos. Fíjate qué gran oportunidad se presenta ante ti: una odisea de mucho cuidado, y de paso nos conocemos. Si te atreves a venir, te prometo que no volveré a llamarte Fergus el Legal. ¿Hay trato o no?
Fergus meditó por unos instantes aquella loca propuesta. Además de sortear todos los obstáculos en el viaje hacia Suiza, también tendría que regresar a España zafándose de la infalible mirada de las autoridades; el plan se diluía en una mezcla con alta concentración de disparates y el peligro multiplicado por dos. Por otra parte, bueno... estaba harto de cumplir normas, de ser siempre el niño bueno que lo hace todo bien, de que lo tomasen por un aburrido. Fergus sentía mucha ira interna y resentimiento contra aquel mundo embrutecido y mediocre; también sentía en ocasiones chispazos de una soledad melancólica difícil de explicar. Y se supone que para crecer espiritualmente, uno tiene que enfrentarse a sus miedos y buscar nuevos límites. Eso dicen todos los influencers de moda en Youtube estos días, y algo de razón tendrán.
-Mira, Alice, dejémoslo en que me lo voy a pensar, ¿ok? Si estuvieras en una ciudad cercana, en otra comunidad autónoma dentro de España, lo vería más factible... Quizá con un poco de suerte y pillería hallaría la manera de evitar los controles... -barajó-. Pero cruzar dos fronteras nacionales, ejem... que ya tenemos una edad como para cometer semejantes fechorías, no somos adolescentes trastornados; los treinta y siete llamarán a mi puerta muy pronto.
-Una pena entonces. Podrías pasar un mes bastante entretenido, sin mascarilla y sin restricciones, entre charlas y excursiones a la naturaleza. ¡Siempre has querido venir, hombre! -apuntó hábilmente, decidida a obtener un sí por respuesta-. Y si me preparas la comida para cuando regrese de trabajar al mediodía, te ofrezco a cambio alojamiento gratis en mi casa -la oferta sonaba tentadora para ambas partes-. Tú piénsatelo Fergus, yo ahora he de asistir a una reunión con un nuevo cliente del despacho, un pez gordo. Una empresa armamentística nada menos; el tema te daría metralla para un año.
Desde luego que sí, como no podría ser de otra manera. Un antisistema tenía que criticarlo todo, no podía dejar títere con cabeza.
-La guerra es un negocio muy lucrativo. Y lo voy a dejar ahí -se burló él, sin entrar en más detalles-. En fin, mucha suerte en la reunión, seguro que puedes con todo. Ya me contarás qué tal te ha ido.
-Bueno, pero tú piénsate lo que te he comentado y me dices -insistió-. Que iba muy en serio, ¿eh? Un beso.
Un estúpido emoticono amarillo con un corazón rojo cerraba la frase.
-Adiós, Alice. Cuídate.
Fergus planeó sobre la pantalla del chat unos instantes, el cursor parpadeaba rítmico, ya sin actividad. Y mucho después de que Alice abandonase la conversación para seguir con su agobiante trabajo de números y burocracia en la distante Suiza, él todavía seguía meditando sobre cuál era el límite de lo que estaba dispuesto a hacer con su insípida vida, y si acaso sería capaz de lanzarse a la aventura contraviniendo todas las advertencias del sentido común.
Trató de buscar la famosa línea que separaba la cordura de la sinrazón, y esta vez semejaba muy, muy fina, tensada entre las manos de su amiga cibernética. No la recordaba tan, tan fina. Y si el mundo se estaba yendo a la mierda con aquella supuesta conspiración gubernamental, nada tenía él que perder, porque todo estaba perdido; y de esa situación extrema, paradójicamente, nacía la libertad absoluta del individuo.
Los desafíos son los picantes del guiso, dan sabor y mejoran las expectativas. Además, al final de la aventura hay como recompensa el lecho de la dama, eso es casi seguro. ¿A ver quién declina la oferta? Sobre todo que la tal parece estar bastante buena... Y visitar Suiza, con alojamiento gratis, es una tentación poderosa. Un mes de vacaciones, aventuras, lío de camas, desobedecer a la autoridad... La situación es crítica en el mundo, pero aún nos quedan las escapatorias. La muchacha, por lo que dice, parece prosistema; sin embargo detecto contradicciones en su discurso; a lo mejor es más guerrera aún que el mozo. En un mundo de locos, lo anormal sería estar adaptados. Si somos rebeldes eso es señal de que andamos bien de la cabeza.
ResponderEliminarLlevo una semana de vacaciones, pronto volveré a la carga. Atinas en algunas cosas y a ver cómo lo planteo, porque busco escribir algo realista y lo más creíble posible. Gracias por leerme amigo mío.
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