Sierpe Negra II
-¿A qué te refieres? -le preguntó Alice, escéptica-. El mundo no se puede cambiar. Es como una vagoneta cuesta abajo, va sobre raíles y nadie puede pararla, Fergus. ¿Tienes idea de la cantidad de estrés que soporto encima de mis hombros cada semana en el trabajo, en la asesoría fiscal? ¡Podría llamarlo chaparrón de estrés incluso! -y no exageraba demasiado-. Pues ahora imagínate que dedicase mi tiempo libre a ser infeliz y a martirizarme por el destino del mundo con tus teorías. Vaya planazo, ¿eh? ¿Qué tal te suena eso? Venga, dímelo -quiso saber, crecida en su parecer. Aunque generalmente discreto a la hora de compartir sus creencias, Fergus emanaba un halo de antisistema imposible de ocultar. Pero era buen tipo y estaba plenamente integrado en la sociedad; legal, cumplidor y productivo eran adjetivos que le venían que ni al pelo. Su única tara era que percibía el mundo bajo otra luz, con ojos propensos a buscarle tres pies a gatos ajenos. Sí, joder, qué mala suerte... El indeseado ef