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Mostrando entradas de agosto, 2021

Sierpe Negra II

-¿A qué te refieres? -le preguntó Alice, escéptica-. El mundo no se puede cambiar. Es como una vagoneta cuesta abajo, va sobre raíles y nadie puede pararla, Fergus. ¿Tienes idea de la cantidad de estrés que soporto encima de mis hombros cada semana en el trabajo, en la asesoría fiscal? ¡Podría llamarlo chaparrón de estrés incluso! -y no exageraba demasiado-. Pues ahora imagínate que dedicase mi tiempo libre a ser infeliz y a martirizarme por el destino del mundo con tus teorías. Vaya planazo, ¿eh? ¿Qué tal te suena eso? Venga, dímelo -quiso saber, crecida en su parecer. Aunque generalmente discreto a la hora de compartir sus creencias, Fergus emanaba un halo de antisistema imposible de ocultar. Pero era buen tipo y estaba plenamente integrado en la sociedad; legal, cumplidor y productivo eran adjetivos que le venían que ni al pelo. Su única tara era que percibía el mundo bajo otra luz, con ojos propensos a buscarle tres pies a gatos ajenos. Sí, joder, qué mala suerte... El indeseado ef

Sierpe Negra I

Con los primeros rayos del amanecer, el polvo en suspensión de la estancia quedó al descubierto; no era un lugar particularmente limpio. La bruma mental, que poco antes empañaba su percepción truncada, se aclaró de tal modo que sería imposible no pensar en el revelado de una fotografía, el delicado procedimiento mediante el cual esta ganaba definición y color en un vaivén suave y progresivo. Y acaso este mundo, su mundo, el mismo que ahora le entraba por los cinco sentidos, se tornaba entonces más concreto, colorido y real, segundo a segundo; algo muy importante. Muebles oscuros, sábanas polvorientas, alguna que otra telaraña en las esquinas, un montón de libros desparramados por las mesitas, ropa apilada en un butacón... Fergus no tenía tiempo para el orden. En el lugar de las serpientes negras quedaron un puñado de preguntas que, escuchadas con detenimiento, recordaban a la resaca del mar, que sin pausa pero sin prisa embestía las rocas hasta pulverizar los acantilados y convertirlos

Sierpe Negra - Prólogo

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Estaba rodeado de oscuridad, por todas partes, pero no había caído la noche todavía. Un sinfín de sierpes de negrura gelatinosa bullían a su alrededor, tratando de acorralarlo, mientras se retorcían en una extraña composición de siseos y cascabeles reverberantes. La visión de aquella escena era horrorosa e insólita; sus cuerpos húmedos y brillantes, trenzados en sombría danza, recordaban a los cabellos reptilianos de la Medusa bíblica y superaban, con creces, el centenar de colmillos. El hombre sacudió frenéticamente la antorcha, en un intento fútil de alejar la madeja de ofidios que le cortaba el paso o, quizá, intentando romper el cerco para hallar una vía de escape. Pero no había fuga posible de aquel matorral de culebras, tan alto como él. Su último acto de sincera valentía sería la rendición, la aceptación de que toda vida, incluso cuando uno se cree héroe y protagonista del universo, ha de terminar, en cualquier momento, cualquier lugar. Y que en ese fin reside el equilibrio, aun